12.6.08

De camino a Albacete

No se que poner, ni cómo decir lo que quiero decir.
Es muy raro, lo se, pero no se como expresarlo.

Acabo de llegar a la llanura del viaje.
Albacete se acerca.
Después de pasar kilómetros y kilómetros de sorprendentes y variadas vegetaciones, llegamos a la grandeza de la llanura.
La tranquilidad reina el paisaje, la seguridad frente al volante.
El sueño comienza a aparecer, la apatía, y entonces es cuando aparece el verdadero peligro.
El quedarse dormido al volante, mientras el coche que conduces acaba por dominarte y tirarte a la cuneta.
La tranquilidad de la carretera recta, sin complicaciones.
La mayor amenaza que puedes encontrar.

Te sientes solo ante la llanura.
Ante la gran extensión de terreno, todo lo contrario de donde vienes.
Llegan las inseguridades.
De golpe una montaña escarpada, pequeña e imponente, solitaria y amenazante se alza aislada en medio de la llanura.
A lo lejos otra gran montañita que se alza perpendicular a la llanura, como un repentino e inesperado accidente en la rutina que te extraña y te sorprende.

Justo antes de llegar a Almansa, grandes carrascas solitarias se levantan en el terreno.
Aisladas de sus compañeras, como pequeños recuerdos de la tierra de donde vienes, como un regalo a tu sentimiento.
Un regalo con cuentagotas, que cada vez es más complicado encontrar.
Las miras, y te sientes sola como ellas.
En medio de un mondo vacío que parece no terminar nunca.
De golpe otra montaña, esta vez bastante más grande. Chinchilla.
En esta ocasión con vida propia, alterando la estabilidad del terreno llano.
Habitada y fría, la redonda montaña donde se eleva este pueblo te deja el corazón helado, como absorto.
Te hiela el alma con sus temperaturas, y tiritas de frío.
El frío te cala hasta el interior de tu alma, te deshace en mil pedazos mientras te acaricia con las manos del viento...

Pasas Chinchilla, otra vez la rutinaria extensión de terrenos, verdes, marrones, con gamas de colores... pero todos lisos.
Parece no llegar nunca Albacete.
Realmente no sabes si llegarás o no, no sabes que te depara la siguiente vuelta de rueda de tu coche.
No conoces el terreno.
Ves las señales de grandes frenazos en la carretera... y no lo puedes negar, se te pone el bello de punta de pensar que puedes estar tu en la situación de aquel coche que en su momento frenó.
El cuerpo parece hacerse pequeño y contraerse al ver las marcas en el suelo, los quitamiedos destrozados...
No quieres ser tu el siguiente.

Pasa un cartel, pasa otro, pero nunca llega Albacete.
Mientras... la llanura.
Y el miedo a perder lo que más quieres, la posibilidad de seguir un día más, y otro... y otro...

Y otro...




Y otro...







Y otro . . .

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